En la gran fractura, seguir combatiendo

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Sandro Mezzadra y Francesco Raparelli1

 

1. La pandemia y nosotr@s

Al escribir estas líneas, el virus sigue su curso en muchas partes del mundo. El ritmo de los contagios en Italia se ha acelerado de nuevo, en una dinámica que, aunque en diferentes formas, afecta a gran parte de Europa. Se adoptan nuevas restricciones, la pesadilla del confinamiento es constantemente exorcizada en el debate público pero retorna una y otra vez al escenario.

Sabemos cuán poderosos son los intereses que se oponen a esta medida extrema, en particular los de quienes, como la confederación patronal Confindustria, ya habían demostrado en marzo con qué cinismo anteponían la razón de la ganancia sobre el bienestar de trabajadoras y trabajadores.

Para “convivir con el virus” no podemos contar con esos intereses. A nuestro juicio, lo que puede garantizar una convivencia eficaz con el virus, capaz de mantener abiertos tantos espacios de libertad como sea posible, son, más bien, las redes sociales, la cooperación que se desarrolla en torno a instituciones como escuelas y hospitales, las formas de organización y de protección de los empleos.

En los próximos meses, por tanto, tendremos que cuidar estas redes y estas formas, consolidarlas y ampliarlas. Y será igualmente importante intensificar la reflexión sobre las modalidades y los instrumentos necesarios para permitir luchas y movilizaciones en esta coyuntura, en la que no cabe presumir que se mantenga la eficacia de las formas tradicionales.

Mientras tanto, la coyuntura debe analizarse no solo en términos epidemiológicos sino también políticos y desde una perspectiva global, como lo es la de la pandemia. A nadie se le escapa, de hecho, que lo que está en juego en la gestión de Covid-19 concierne también a la gestión futura del desorden y del orden mundial, como demuestra la carrera por obtener vacunas, por ejemplo.

El espectro de las reacciones a la pandemia es, además, muy amplio y profundamente heterogéneo, y va desde los esquemas gubernamentales esencialmente “neomaltusianos” adoptados por países como India, Brasil y EEUU hasta las medidas que pretenden “defender la sociedad” según una geometría variable, recurriendo para ello al autoritarismo y al uso de tecnologías digitales (como China y Corea del Sur).

Sin dejar de tener en cuenta este trasfondo mundial, queremos centrarnos en Europa, la escala más cercana para nuestra acción política. Un espacio en el que, por otra parte, no están ausentes los elementos que acabamos de recordar (el “neomaltusianismo” está particularmente presente entre las élites europeas). Sin embargo, nos parece que, en el conjunto de la sociedad y dentro de las propias instituciones europeas, prevalece una actitud diferente, para la que puede usarse como vara de medida la diferencia entre la reacción ante la crisis financiera de 2007-2008 y a la “crisis de la deuda soberana”, por un lado, y la reacción a la profunda crisis económica y social actual provocada por el coronavirus.

Simplifiquemos: en la década anterior la “gestión europea de la crisis” se organizó en torno a la lógica punitiva y disciplinaria de la austeridad, en perfecta continuidad con la ortodoxia “ordoliberal”. Hoy la situación es diferente, y ciertos pilares del neoliberalismo “a la europea” (Pacto de Estabilidad, equilibrio financiero, ataques al modelo social) están abiertamente cuestionados tanto en términos de política monetaria como en términos de inversiones y gasto público.

Entiéndase bien: se trata de una transición política controvertida y reversible, que se desarrolla asimismo en el seno de las clases dominantes, con miras a definir escenarios para la estabilización capitalista de la crisis. Sin embargo, es una transición que también nos afecta de manera crucial, ya que indica un cambio significativo en el terreno mismo en el que se desarrolla el conflicto social y político.

Simplifiquemos una vez más: en los próximos meses no tendremos que luchar contra los “recortes presupuestarios” en el gasto social, sino que tendremos que hacerlo en torno a la definición de los presupuestos y a la manera en que serán utilizados. Por lo tanto, no se tratará de un agenda de “resistencia”, sino de una batalla ofensiva por la reapropiación de partes significativas de la riqueza social.

No hay ningún optimismo en este diagnóstico. Tampoco creemos que la crisis o el debilitamiento del marco macroeconómico del neoliberalismo signifique necesariamente el eclipse de este último. No repetiremos el error de los gobiernos latinoamericanos “progresistas” de la primera década de este siglo. Hemos aprendido suficientemente bien que el neoliberalismo no es solo un conjunto de políticas macroeconómicas, sino que también es una forma de “gubernamentalidad” que ha penetrado profundamente en nuestras sociedades en las últimas décadas al difundir la racionalidad de la “competencia”, del “capital humano” y de la meritocracia. Estos aspectos del neoliberalismo nos acompañarán durante mucho tiempo y se trata de hacerles frente en todos los lugares donde actúan. La propia lógica de distribución de los presupuestos del Fondo de Recuperación (o Next Generation EU [Próxima generación UE]) muestra signos notables de ello y ciertamente la situación será similar en lo que respecta a los programas nacionales de inversión que se están preparando. Este es un aspecto fundamental que debemos tener muy presente en el nuevo espacio de conflicto que objetivamente se ha abierto.

2. El welfare (bienestar) como campo de lucha

Plantearemos claramente nuestra tesis: en la situación europea e italiana que hemos descrito brevemente, el welfare se presenta como el terreno de lucha privilegiado.

La propia composición del trabajo vivo actual justifica esta tesis. Decir welfare significa decir reproducción social, y hemos aprendido del movimiento feminista que esta es un prisma esencial para descifrar el universo mismo de la producción. Reproducción social, esto es, un conjunto de trabajos que van desde las actividades de cuidado en el hogar hasta las actividades mucho más complejas de los sectores antropogénicos por excelencia, la educación y la salud en primer lugar; una red de actividades y de empleos a través de los cuales se reproduce la sociedad, con demasiada frecuencia mal pagados e invisibles, y, en todo caso, asignados de forma desproporcionada a las mujeres. Reside en esto una de las claves para repensar la cooperación social en toda su complejidad, destacando la miríada de conflictos y luchas que giran en torno al trabajo de las personas cuidadoras, pero también dando valor al principio de reciprocidad y de compartición que lo impregna. Estos conflictos y este principio constituyen una lente fundamental a través de la cual abordar la cuestión del welfare en sus términos más generales. Definen un primer criterio en torno al cual desarrollar elementos programáticos no solo para la refinanciación del welfare, sino también para su profunda reorganización.

Sin embargo, desde el momento en que identificamos la centralidad del bienestar como terreno de lucha se hacen necesarias algunas precisiones preliminares sobre los diferentes valores que abarca este término. Welfare significa “bien-estar”. La lucha por el welfare es, por tanto, ante todo una lucha por el significado del bienestar (así como por la salud y por la cultura que se transmite a través de la educación). Pero debemos agregar de inmediato que el bienestar se puede entender de diferentes maneras, por ejemplo según una lógica patriarcal de administración y gestión desde arriba, mientras que el welfare se ha asociado históricamente, por ejemplo, al workfare [nt1], en la perspectiva de una utilización del trabajo como instrumento de disciplinamiento de sujetos a los que se niega la posibilidad de decidir sobre su propio bienestar, y al warfare, en referencia al vínculo profundo entre el Estado social y el “complejo militar-industrial”, especialmente en EEUU.

Es un hecho bien establecido, además, que la historia moderna de las políticas de welfare, aquellas que podemos definir como pertenecientes al Estado social, comienza con las leyes sobre la pobreza, cuyo carácter indudablemente disciplinario y a menudo violentamente punitivo ha sido ilustrado por autores clásicos, como Marx y Polanyi, y luego en una infinidad de obras.

El espectro del “pobre malo”, estigmatizado por su propensión a la holgazanería y la promiscuidad, circula en toda la literatura sobre el “pauperismo” que, en Europa, acompaña a la formación de la sociedad industrial. Las intervenciones de ayuda social van acompañadas de intervenciones policiales hasta un punto en que se hacen indisociables, mientras que la “higiene” se convierte en un ámbito clave para el desarrollo de políticas para “meter en cintura” a recalcitrantes masas de pobres y de población subalterna. A partir de ahí, la “cuestión social” permanece ligada a la amenaza constante constituida por una pobreza de nuevo tipo, instalada en el corazón de la producción de riqueza, lo que se revela a lo largo del siglo XIX y cada vez con mayor claridad a través de la “cuestión obrera”.

La insubordinación obrera, que entre 1848 y la Comuna de París desemboca en verdaderas insurrecciones, abre espacios de nuevo tipo en las políticas sociales, a partir de la legislación fabril en Inglaterra y la lucha por la reducción de la jornada laboral. Así se gestó una lógica diferente, la de los derechos sociales de ciudadanía que, hasta hoy, convive de manera conflictiva -dentro de las políticas sociales y del Estado de Bienestar- con la lógica más antigua, que sigue siendo patriarcal, disciplinaria, punitiva o meramente existencial.

El Estado social que conocimos en la Europa Occidental de la posguerra, fuertemente anticipado por el New Deal rooseveltiano, recombina estas lógicas bajo la presión conjunta de nuevas exigencias ligadas a la producción en masa y de la continuidad de las luchas obreras. La centralidad de la clase obrera en los nuevos equilibrios es, por un lado, reconocida y, por otro, mistificada, en la medida en que los salarios de los trabajadores se plantean como una variable interna al desarrollo del capital, en particular a través de la expansión del consumo.

La “revolución keynesiana” interpreta y sostiene con precisión esta transición. Hay que decirlo claramente: no es posible volver a esta forma particular de Estado de Bienestar. Ya no se cumplen todas las condiciones, ya sea desde el punto de vista de la composición de la clase obrera o desde el de la organización del capital y el marco internacional en el que se ha desarrollado esta experiencia. No podemos olvidar, además, que los movimientos de los años sesenta y setenta atacaron algunos de sus elementos constitutivos, como los procesos de burocratización ligados a un welfare totalmente centrado en el Estado, la posición subordinada de la mujer y el familiarismo subyacente o la exclusión de minorías y migrantes.

Entonces, cuando decimos que el welfare representa en la actualidad un campo de lucha decisivo somos conscientes de que las lógicas disciplinarias que han caracterizado durante mucho tiempo su historia siguen presentes en la actualidad. Y sabemos que no tenemos un “modelo” al que referirnos, que nos vemos obligados a experimentar e inventar,

Pero también sabemos que durante estos años se ha desarrollado una gran riqueza de luchas y prácticas que, a menudo, se han referido con especial intensidad a la formación de nuevas instituciones, potencialmente capaces de inscribir dentro del welfare el principio de auto-organización social, y de negociar y desafiar continuamente las políticas públicas imponiéndose como instancias reales de contrapoder. Por citar solo un ejemplo, los Centros Antiviolencia, que están vinculados a una larga trayectoria de iniciativas feministas que se iniciaron al menos con los consultorios de los años sesenta, nos parecen especialmente significativos. Creemos que a partir de este punto puede reanudarse el debate sobre lo que en los últimos años hemos llamado las “instituciones de lo común”.

Sabemos que la batalla será larga y que tendremos que luchar en muchos frentes. Como hemos dicho, el neoliberalismo está muy lejos de haber sido derrotado y, en el ámbito del welfare, sería un error reducirlo simplemente al desmantelamiento del Estado social Si los recortes presupuestarios en salud y educación han sido una constante en los últimos años, especialmente en Italia, el neoliberalismo también ha desarrollado una serie de principios para la reorganización de las políticas sociales, que, por ejemplo, se expresaron en las “reformas” aplicadas por el New Labor de Blair en Inglaterra a fines de la década de 1990.

La “Nueva Gestión Pública”, la “Iniciativa de Financiación Privada”, la colaboración entre el sector público y los agentes capitalistas privados, el aumento de la financiación para las fuerzas de seguridad y policiales, han ido definiendo un marco que no nos sorprendería fuera propuesto hoy por algunas personas en Italia, no necesariamente de la “derecha”. Se trata de tomar conciencia de ello y de desplegar con fuerza otros proyectos apoyados en la materialidad de las luchas. Pero de una manera aún más general, tenemos que mirar hacia las rentas y los salarios si queremos que las inversiones en el welfare no sigan lógicas puramente asistenciales, sino que se orienten hacia una composición de un trabajo vivo capaz de imponer el reconocimiento, al menos parcial, de su propia potencia.

3. Renta y salario: dos caras de la misma moneda

En Italia tenemos, desde hace unos meses, un privilegio, que no es uno de los menos importantes: existe un enemigo. Naturalmente, pensaréis en Salvini, pero eso sería demasiado poco, a la vista de la actualidad política en EEUU o la India. En realidad, nos referimos a la organización patronal Confindustria y su nuevo líder, Carlo Bonomi. Escuchándolo con atención, leyendo sus entrevistas, siguiendo sus declaraciones, se hace evidente, inequívocamente, lo que está en juego en la gran fractura en la que estamos sumidos. La ofensiva de Bonomi es constante y articulada.

En primer lugar, la disputa sobre los presupuestos europeos. La polémica contra las subvenciones tiene un propósito específico: repartir entre las empresas, golpear a los pobres para que “se activen” en vez de sentarse en su sofá sin hacer nada, mecidos por Mamá-Estado; naturalmente, no se tilda al Estado de maternal cuando garantiza dinero a fondo perdido a las grandes empresas.

En segundo lugar, la presa a abatir para Bonomi es la Renta de ciudadanía. Como siempre, se culpa a los desempleados por estar desempleados, la responsabilidad recae en una oferta de mano de obra inadaptada y perezosa; por descontado, nada se dice sobre el desastre que afecta al tejido de la producción italiana, tras años en los que se ha negociado moderación salarial a cambio de nulas inversiones en innovación e investigación, compitiendo en el mercado europeo y mundial por medio de una desmesurada reducción de los costes laborales.

No es de extrañar, por tanto, que, en tercer lugar, Confindustria ataque los salarios con una violencia poco habitual. Esto concierne a la negociación colectiva, con las renovaciones de los convenios que van a dar lugar a un otoño muy cargado, aunque aún no sabemos si cargado de inquietudes marginales o cargado de luchas. Pero también concierne a los salarios en general, por ejemplo, al salario mínimo legal, que en Italia aún no existe.

Presupuestos y amortiguadores sociales, Renta de ciudadanía, salario: más allá de la disputa en torno al welfare (aunque estrechamente relacionado con ella) estos son los elementos decisivos del enfrentamiento que tendrá lugar en los próximos meses y años. Es necesario profundizar en esto, aunque suene un tanto áspero.

Durante demasiados años, la insistencia fundamental en la renta básica ha dejado de lado la cuestión salarial. Por supuesto, se trataba de acabar con la cultura del trabajo, sea roja o blanca. Enfatizando la expansión desproporcionada de la cooperación productiva, estimulada por las tecnologías de la comunicación y favorecida por sujetos productivos cada vez más provistos de formación, de habilidades y de relaciones. Con la ambición de recomponer figuras del trabajo muy heterogéneas, pero hostiles a las identidades colectivas de otra época. Con la muy justa convicción de que a través de una renta básica también podríamos frenar el ataque a los salarios que, a finales de los años 90, se perfilaba a través de la brecha del trabajo precario de jóvenes y mujeres, junto al inicio del uso masivo de mano de obra migrante, en el campo, en los cuidados a las personas, en la restauración y, posteriormente, en la logística. Todo era correcto, o al menos con pocos errores.

Pero hoy en Italia existe [desde marzo de 2019] la Renta de ciudadanía, a condición de disponer de muy pocos recursos y de aceptar los empleos que pudieran ofrecerse. La pandemia desbordó estas condiciones y se ha creado una temporal Renta de emergencia dirigida a otra parte de la población, pero en todo caso la Renta de ciudadanía sigue vigente.

El ataque de Bonomi a la Renta de ciudadanía desvela sus propósitos: convertir esa Renta en un instrumento residual dirigido solo a quienes están en la pobreza absoluta, quizás acentuando las políticas activas de empleo en las empresas privadas, con grandes negocios para las agencias de trabajo temporal y para las organizaciones que especulan con la formación profesional. Sobre todo, la aplicación de esta medida no ha frenado en modo alguno el ataque a los salarios, bajo la última formulación que Confindustria ha impuesto en el debate: el salario a destajo. Separar el salario de la duración de la jornada laboral, para combinarlo con la productividad, significa retroceder en el tiempo, en el sentido de la reacción más conservadora.

Hoy más que nunca, a la luz del debate político europeo y nacional, la batalla por los salarios y la batalla por la renta deben librarse conjuntamente. No se puede ganar la primera sin la segunda, pero lo contrario también es cierto.

Solo un salario mínimo europeo basado en parámetros adecuados (alineados con los Países Bajos y Alemania y no con las Zonas Económicas Especiales polacas) puede anular el dumping salarial que, más aún que el dumping fiscal, favorece a los capitalistas europeos y extra-continentales. Salario mínimo legal, porque la recuperada concertación entre agentes sociales no es garantía de nada. No lo es cuando se trata de convenios amarillos, como el firmado por la Unione Generale del Lavoro con las multinacionales de la entrega de alimentos a domicilio, ni lo es en general.

Que la Confederazione Generale Italiana del Lavoro esté alzando su voz en torno a las renovaciones de los convenios es una buena señal, pero la ruta ya está trazada: en vez de aumentar los salarios, sustituirlos por la introducción o reforzamiento de elementos de welfare en la empresa, principalmente la denominada assistenza sanitaria integrativa [a través de sistemas de sanidad privada], como ya ocurrió en 2016 con la última renovación del convenio de la industria siderometalúrgica.

Esa fragmentación empresarial del welfare va exactamente en sentido contrario a lo que hemos sostenido hasta ahora: un welfare universalista y absolutamente estratégico.

En Italia, la batalla fundamental actual es aumentar los presupuestos de la Renta de ciudadanía existente y la población acogida a ella, reduciendo a nada su exigente condicionalidad y favoreciendo los procesos públicos, aunque no necesariamente estatales, de formación y recualificación profesional. Y será aún más importante cuando desaparezca el bloqueo de los despidos, como viene reclamando Confindustria desde hace varias semanas.

Si no se produce la confluencia entre la oferta y la demanda de mano de obra, eso se debe principalmente a la escasez de la demanda hecha por las empresas, y no solo por la muy considerable incapacidad de quienes hoy están a cargo de las políticas activas de empleo. Pero si fortalecemos la Renta de ciudadanía y no hacemos nada para reducir las jornadas de trabajo, el problema permanece. El salario mínimo legal (europeo) y la reducción de la jornada laboral son la otra cara de la lucha por el welfare universal y la renta básica. La resistencia del trabajo vivo, por el momento fragmentada y molecular, puede aspirar a una necesaria y muy urgente masificación a través de la presión sobre el salario, directo e indirecto.

4. Romper negociando, negociar rompiendo

No cabe duda de que la tarea es mayor que las fuerzas sociales para abordarla. Las luchas del trabajo vivo están, en efecto, fragmentadas y son moleculares, especialmente las del trabajo precario carente de derechos. Parecería una condición ontológica, un invariante contra el cual el paciente desafío del sindicalismo social sigue siendo impotente. Y, sin embargo, no existen atajos. y no existen a mayor razón si prestamos atención a lo que está sucediendo en Europa. El Fondo de Recuperación, por primera vez desde el nacimiento de la UE, distribuye presupuestos sustanciales que, necesariamente, deberán reactivar el gasto y el empleo públicos. Ya lo hemos dicho: las formas de distribución seguirán siendo las propias de la Europa neoliberal, pero sus magnitudes no tienen precedentes, tienen la consistencia de un Plan Marshall continental.

Esta singularidad de la situación impone un cambio de ritmo. Porque también debilita a los populismos nacionalistas y parece consolidar las múltiples variantes de la Gran Coalición alemana [CDU+SPD o CDU/SPD + Verdes]. Ciertamente, Europa no saldrá ilesa del resultado de las elecciones estadounidenses, donde, en cambio, persiste una guerra civil (no tanto) larvada. Pero ciertamente ha tomado un nuevo camino por ahora. Y la gestión europea de la crisis en la que estamos inmersos, que se suma a la crisis que estalló entre 2008 y 2012 y que la agrava, no nos asegura ningún final feliz, todo lo contrario.

Vemos signos tangibles de ello en la violencia inhumana que Europa disemina en sus fronteras, en gran parte externalizadas a Turquía y en el norte de África, con las masacres en Libia y en el Mediterráneo, para llegar hasta Lesbos. Simplemente, repetimos, es otro terreno, conformado por políticas monetarias y fiscales que no esconden que son keynesianas.

¿Será este nuevo terreno permeable a los empujones dados desde abajo? Como siempre, no se trata de buena voluntad, sino de relaciones de fuerza Y la pregunta entonces es: ¿cómo debe componerse esa fuerza para que sea efectiva? No basta con reafirmar lo que ya sabemos, es decir, que sin lucha no hay reforma del capital.

La ruptura, y solo la ruptura, puede reabrir las oportunidades. Pero la ruptura no se conseguirá con evocaciones repetitivas, que a lo sumo empiezan a asemejarse cada vez más a un género literario, útil para liberar frustraciones y, al mismo tiempo, hacerse el importante. Será el clinamen [nt2] el que determinará, como siempre, la capacidad de aprovechar la oportunidad. La expectativa mesiánica ya no brilla con su extremismo charlatán. El problema importante para nosotros es entender qué significa hoy una política subversiva, en la gran fractura que impone la pandemia, en el “cataclismo del empleo” que está llevando a Europa hacia un reformismo tímido.

Necesitamos luchas sociales ejemplares que puedan perdurar en el tiempo, capaces de combinar ruptura y negociación. Dígase como se quiera, Contrapoderes o instituciones autónomas. Basta con que estemos de acuerdo en que se trata de un poder difusor, fundado en la multiplicidad, que no puede eludir el punto crucial de la convergencia. Pretende consolidar una normatividad diferente, pero no desdeña una reforma legislativa conquistada sobre el terreno. Tiene sus pies firmemente plantados en el escenario extraparlamentario, pero considera tácticamente correcto que las luchas condicionen los ámbitos institucionales de proximidad (nacional y continental). Yendo al grano: un contrapoder que no perdura en el tiempo y que no es capaz de negociar, no es realmente un poder. En todo caso, aunque sea sin decirlo, aspira a “tomar el poder”, sin ningún realismo político.

La institución autónoma de hoy en día se afirma cada vez más como democracia de distinta naturaleza. No solo porque la democratización del welfare, como hemos indicado, y como ha aclarado de una vez por todas el movimiento feminista, es un paso necesario para que el welfare tenga futuro. Pero también y sobre todo porque el neoliberalismo, a estas alturas ya condenado, ha destruido la democracia liberal en cuarenta años y con ella ha destruido los mecanismos de un gobierno socialdemócrata en materia de fuerza de trabajo y de conflicto social. Consolidar el mutualismo y la solidaridad en las zonas urbanas, reinventar (luchando constantemente) los derechos laborales y sindicales, multiplicar las experiencias de formación autogestionada: no es la ruptura lo que hace falta, pero sí el medio para que la ruptura sea menos improbable y para que, si ésta explota, no se vuelva evanescente e ineficaz. Una “larga marcha”, ciertamente no linealmente evolutiva, una marcha siempre expuesta a la contingencia y en consecuencia capaz de afrontar la coyuntura, pero más bien larga y accidentada.

5. Europa

¿Es Europa el espacio político en el que librar la batalla? Se trata hoy de un problema absolutamente indiscutible. Como hemos dicho antes, el Fondo de Recuperación ha pasado una página, la moneda única va acompañada de la mutualización de la deuda y, en la perspectiva de una política fiscal eficaz, los amortiguadores sociales y el welfare de los distintos Estados miembros tienden cada vez más a homogeneizarse.

En nuestro caso hemos presentado nuestra forma de ver las instituciones autónomas, y al mismo tiempo, como otras muchas personas, hemos tenido la oportunidad de practicarlas en el día a día. Estas instituciones autónomas dan un primer criterio para pensar la acción política como tal en el espacio europeo. Ahora bien, nos estamos esforzando en escribir sobre las formas de organización y lucha adaptadas al espacio político europeo. Y si eso es complicado en general, más aún lo es en un período de pandemia, con una segunda ola que nos golpea duramente y que hará muy difícil toda movilidad. Sin embargo, no queremos eludir nuestras responsabilidades, porque la teoría política, aunque siempre prevé espacios vacíos que solo la práctica pueden llenar, es también ella misma una práctica. Temerosa e inofensiva si no es capaz de asumir riesgos, y procediendo naturalmente según el método de prueba y error.

Por tanto, concluiremos esta intervención con algunas consideraciones sobre los temas de organización y de formas de lucha.

Organización. Reafirmamos lo dicho y escrito en los últimos meses: las plataformas que han acompañado nuestra vida en el distanciamiento social son muchas veces una pesadilla, si pensamos en el Smart Working desprotegido de todo derecho y en la extracción constante de datos que hace posible, pero, por supuesto, son un instrumento útil para relanzar la discusión europea. Es necesario un esfuerzo coral desde el principio: no basta con pregonar tal o cual nodo territorial, es necesario un llamamiento inmediatamente transnacional.

Evidentemente, aún no existe una base sólida de apoyo, pero ciertamente en los últimos años se han desarrollado algunas relaciones. Para empezar, se comparte la urgencia de un nuevo comienzo de los movimientos europeos. Este comienzo no será un producto de laboratorio, exige vivas hibridaciones, ejemplos y hechos concretos. Sin duda, el movimiento feminista y el ecologista ya han demostrado una extraordinaria fuerza de conexión, capaz de converger en el discurso y en las prácticas de lucha con una potente velocidad mimética. Los movimientos y las luchas de los migrantes a menudo se desarrollan en un espacio rico en conexiones transnacionales. La formación de una flota civil para el rescate marítimo es un ejemplo de cooperación europea desde abajo, tanto más importante en un momento en el que se retoma la iniciativa de la Comisión Europea en el Mediterráneo, bajo el signo de la intensificación de las expulsiones y de la futura externalización de los controles fronterizos.

No partimos de cero, en definitiva. Fondo de Recuperación para el Pueblo podría ser el lema que posibilite la puesta en marcha de movilizaciones descentralizadas con niveles de coordinación al menos similares y convergentes.

Formas de lucha. Hay que tener claro que actuar en el espacio político europeo no significa necesariamente manifestarse en Bruselas o lanzar campañas europeas. Estas acciones pueden ser útiles y en ocasiones necesarias, pero quizás sea más importante en este momento entender que las luchas aisladas en un contexto local y nacional pueden tener un carácter inmediatamente europeo. Una batalla victoriosa por la orientación de los presupuestos del Fondo de Recuperación en un país como Italia tendría repercusiones en todo el continente, fortaleciendo movilizaciones similares en otros lugares. Un movimiento como el de los chalecos amarillos en Francia, que entre otras cosas planteó el problema de la lucha por el salario, tuvo resonancias mucho más allá de las fronteras nacionales y además abrió un frente sobre las políticas presupuestarias cuyos efectos no pueden dejar de repercutir en las propias políticas europeas. La acción para captar y exaltar la dimensión europea de las luchas, de las campañas y de los movimientos singulares debe, en definitiva, ir acompañada del compromiso de construir y fortalecer procesos de coordinación a nivel transnacional.

No faltarán en los próximos meses las ocasiones de conflicto y movilización en los diferentes frentes señalados, en Italia y en el resto de Europa: desde la cuestión de la renta y los salarios hasta las decisiones sobre el destino de los fondos europeos. Todo esto ocurrirá en una situación muy condicionada por la pandemia, en la que nos encontramos con una dificultad fundamental para practicar formas tradicionales de lucha, especialmente en lo que respecta a las acciones de masas en el espacio público. Por supuesto, el formidable ciclo de movilizaciones en torno al lema Black Lives Matter en Estados Unidos muestra que esta dificultad puede eludirse en condiciones excepcionales. Pero nos parece que, mientras tanto, debemos asumirlo con realismo. Lo hemos dicho desde el principio: debemos inventar y experimentar formas de lucha y movilización adaptadas al momento que vivimos. Debemos redescubrir el gusto por la provocación creativa, volver a poner la acción directa y la desobediencia en la agenda anclándolas en las nuevas condiciones de vida y explotación. Las flashmobs de Ni una menos, que cantaron Un violador en tu camino, nos ofrecen un ejemplo de cómo apropiarse del espacio público y transformarlo en el escenario “teatral” de una actuación políticamente poderosa y eficaz. De manera más general, las acciones creativas y focalizadas pueden hoy producir una multiplicidad de resonancias y desencadenar procesos de movilización más amplios cuando no son sólo la expresión de nuestro activismo sino que incluyen desde el inicio el protagonismo de los sujetos sociales afectados por la crisis. Construir minorías activas capaces de implementar acciones de este tipo nos parece una tarea fundamental en esta fase.

 

Notas de traducción

1. En el término workfare se expresa, aunque de formas muy diferentes, la pretensión de que las prestaciones sociales se condicionen a un disciplinamiento de las personas receptoras, que puede ir desde formas laxas, como la obligación de ser demandante de empleo y presentar “X” currículos al mes (“políticas activas de empleo”), hasta formas de trabajo forzado gratuito o muy mal retribuido para entidades públicas o privadas o incluso para empresas capitalistas, lo que, por otra parte, “tira hacia abajo” de los salarios.

2. En Lucrecio “El clinamen es, pues, la espontánea desviación de la trayectoria de los átomos, que rompe la cadena causal, determinista, de su movimiento, introduciendo así un fundamento físico para justificar la acción libre, en los seres humanos, y el azar” (Glosario, webdianoia.com). Diversos autores adaptan ese concepto al ámbito de la acción humana. Boaventura de Sousa Santos, al desarrollar su concepto de Acciones-con-clinamen, se refiere a la creatividad y al movimiento espontáneo que perturba las relaciones de causa-efecto y el determinismo. En cierta forma, quizá podríamos decir que Lucrecio nos habla así de ese movimiento de libertad que no es reducible a necesidad ni a azar.

1 Traducido por Trasversales a partir de las versiones en italiano (euronomade.info/?p=13920) y en francés (euronomade.info/?p=13958) publicadas en euronomade.info

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