“La Villana”: un centro social en cuatro hipótesis

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Por Beatriz García.

En mi centro social, La Villana de Vallekas, en Madrid, tenemos la buena costumbre de contar/nos nuestra historia para no olvidar lo aprendido y para que la gente nueva sepa que nuestra lucha viene de lejos, hecha muchas veces por desconocidos. También para comprobar que el capitalismo nos sigue las pisadas y no ponernos tristes cuando ganamos y parece que perdemos, cuando nos cambian las preguntas. Y para saber distinguir las tendencias largas de las cortas, para apreciar lo nuevo que nace y lo fundamental que permanece, e inventar espacios y herramientas que nos permitan fortalecerlo/nos.

Este es un relato posible de lo que hemos aprendido en los últimos 15 años a través de las hipótesis políticas que construimos junto a muchos otros y otras y a partir de las cuales pusimos en marcha distintos proyectos y dispositivos. Solo se pondrán en práctica nuevas hipótesis si las elaboramos juntos.

Hipótesis 1. Zapatismo + “Piensa global, actúa local” (2000-2005)

A algunas el zapatismo nos llegó a través del movimiento global; cuando el EZLN se levantó en México, éramos adolescentes. Sus consignas cruzaron el mundo en un momento de tristeza y derrota (de esto nos enteramos después): en la década de los ochenta, los movimientos obreros occidentales fueron vencidos por los primeros gobiernos neoliberales (el principio del fin de los derechos laborales y sociales), y la deuda fue usada para obligar a multitud de países del sur global a adoptar las políticas neoliberales a través del FMI y el BM. En 1994 el zapatismo le puso nombre al proceso, estábamos en la “IV Guerra Mundial: el neoliberalismo contra la humanidad”. Su señalamiento fue compartido por cientos de organizaciones que se convocaron en Seattle en 1999 contra la OMC: una contracumbre internacional organizada en red, con prácticas que iban de la desobediencia civil a la protesta festiva y retransmitida por los primeros medios alternativos del naciente Internet (Indymedia). Para enfrentar el neoliberalismo, era necesario hacer visible sus efectos en cada rincón: “Piensa global, actúa local”.

Este fue el motor de nuestro primer grupo, el colectivo del barrio de la Estrella: actuar en lo local, crear redes, extender la contrainformación: la resistencia debía extenderse como una marcha de aceite. Había que convocar a toda la población en torno a conflictos que mostraran los efectos materiales y cotidianos del neoliberalismo creciente y todo ello encajaba con el proceso de reflexión y acción que se proponía desde el vecino Centro Social Seco, un centro social okupado en un momento de transformación. Sus miembros habían iniciado un proceso de reflexión, influenciado también por el zapatismo, a partir de los límites de los movimientos juveniles contraculturales en los que participaban.

Los centros sociales okupados de los años noventa fueron espacios de politización, experimentación y libertad, regidos por las normas que decidía el colectivo (auto-nomos) y por la cooperación. Lugares donde vivir de forma distinta en relación con el empleo (huir de la precariedad del trabajo temporal legalizado por las reformas laborales de la década), con las relaciones personales y sexuales, con el ocio y la música. Cualquiera que haya entrado en un edificio recién recuperado, ha empezado a imaginar qué podría hacerse en cada espacio; luego con otros y de forma autónoma, aquello imaginado se convierte en realidad; y después lo imaginado se ve superado por los aportes de muchos otros. Todos hemos sido testigos de la inmensa riqueza social generada, no mediada por el capital ni dirigida por partidos o sindicatos, en un centro social; ser testigo y formar parte de la potencia de la cooperación en autonomía es algo que te cambia la vida. Muchos de estos centros sociales okupados eran “expresivos”, es decir, expresaban los malestares y los deseos de aquellos jóvenes, más que plantear reivindicaciones o pretender impactar en los barrios o en la ciudad. Rechazaban la sociedad convencional, en la línea punk: pretendían molestar (afectar) más que discutir (dialogar) con los vecinos. De estos centros sociales se criticó la homogeneidad de su composición (jóvenes sin personas a cargo) y su aislamiento voluntario. Se les tildó de “guetos”, espacios de iguales de espaldas a la sociedad. Cabe decir que no pretendían otra cosa y que, viviendo su vida, abrieron camino.

En Seco, sí pasaron a querer conectar con “los vecinos” para defender juntos el barrio del centro social, Las Californias. Inmerso en un proceso de gentrificación (aunque entonces casi nadie lo llamaba así), con la amenaza de expulsión de sus habitantes y del centro social, era un buen punto de partida para abrirse al barrio y retomar la lucha de las asociaciones de vecinos que en los setenta habían hecho frente al franquismo y conseguido, en Vallekas, viviendas nuevas para sus habitantes sobre las chabolas que ellos mismos construyeron cuando llegaron a la ciudad.

La tradición autónoma de los centros sociales okupados, los movimientos contraculturales, los zapatistas y el movimiento global marcaba las formas de hacer en nuestro colectivo: asambleas que se querían horizontales, con circulación de la palabra y las tareas, sin liderazgos fijos (“mandar obedeciendo”). Se decía que había que empezar a construir el mundo del futuro hoy mismo (luego supimos que eso se llaman “prácticas prefigurativas”) y para ello teníamos que hacer las cosas como quisiéramos que fueran (“el medio determina el fin”) al estilo también feminista (“no esperar a la revolución”, “lo importante es el proceso”, “lo personal es político”). Al “caminar preguntando” zapatista y a la “autoencuesta” marxista y autónoma italiana sumamos nuestra propia metáfora: el cuento de Pulgarcito. Era necesario debatir y reflexionar hacia dónde ir y por qué hacíamos lo que hacíamos; para no olvidarnos de por qué habíamos cogido ese camino debíamos dejar miguitas y recogerlas de vez en cuando para recordar a dónde íbamos. De este debatir, recordar y proyectar surgieron dos líneas fundamentales: la crítica a la idea de “vecino” y el análisis de la situación de “precariedad”.


Queríamos abrirnos y conectar con “otros”, construir resistencia y tejido social con diferentes y a estos les llamábamos “vecinos” de una forma muy superficial; este deseo de encuentro era sin duda positivo y potente pero se basaba en una generalización que podía llegar a ser perjudicial: ¿decíamos vecino y pensábamos en la abuela, en el adulto blanco, en la joven precaria, en el migrante recién llegado? ¿Se conectaba con todos ellos de la misma manera? ¿Tenían todos ellos los mismos intereses? ¿Qué pasaba con las cuestiones que no tenían escala local, sino metropolitana, estatal o global? Detectábamos cierto “barrionalismo” en muchas prácticas bienintencionadas, una autolimitación en imaginarios simplistas y problemas de escala menor, cuando nuestro hábitat era la ciudad y nuestras redes de referencia no se circunscribían a nuestro barrio; el barrio era un punto de partida y el colectivo de barrio, un nodo para relacionarnos con otros. Esto generó debates sobre con quién queríamos hacer política y sobre qué cuestiones; también sobre cómo entrar en contacto y mezclarnos con aquellos con los que queríamos luchar. No todo el mundo quiere lo mismo y hay que decidir con quién tomas partido.

Sobre la precariedad venían pensando gentes próximas del CSO El Laboratorio, el CSO La Eskalera Karakola o el colectivo Precarias a la Deriva; personas algo mayores que nosotros se encontraban en un mercado laboral ya precarizado por el trabajo temporal y reflexionaban sobre la ambigüedad que vivían: alivio y a la vez miedo ante un futuro que no se cerraba en el trabajo para toda la vida. Nos enteramos de que en el 68 y los setenta se habían dado luchas “contra el trabajo”, contra el trabajo de fábrica en aquel entonces, contra una tarea repetitiva y alienante para que otros se llevaran los beneficios; también contra “la relación salarial”, como forma obligada de supervivencia para los no-propietarios; y desde el feminismo, contra la centralidad del empleo en el análisis anticapitalista, que invisibilizaba el trabajo de las mujeres, imprescindible para el sostenimiento del sistema (la producción de la mano de obra). La perspectiva operaria italiana decía que el capitalismo cambia según la acción de los movimientos, estos marcan el futuro; el capitalismo neoliberal aprendió mucho de la revoluciones del 68 y los setenta, modificó ciertas bases e incluyó algunas demandas transformándolas. Sacó las fábricas de Occidente y orientó esta zona al sector servicios; se acabó el empleo de por vida y llegaron los contratos temporales, a tiempo parcial y sus asociados; la nueva base de acumulación sería la movilización general de la población, la puesta a producir (y a competir) de sus saberes y habilidades, ante la falta de seguridad vital. A partir de los ochenta, “la fábrica se derramó sobre la ciudad” y “la vida fue puesta a producir”. La precarización del empleo hizo más difícil organizarse para mejorar las condiciones y las personas se convirtieron cada vez más en “empresarias de sí mismas”. Nos parecía que la clave del mantenimiento de la situación era esta soledad obligada; no es que la gente sea tonta o no sepa lo que pasaba: todo el mundo lucha en su vida, lucha mucho, por su familia, por su empleo, por su descanso. Pero lucha solo. Pensábamos que faltaba una red para atreverse a enfrentar la situación: una comunidad que nos sustentara al rebelarnos. “Precarias, precarios saliendo del armario”. De estos debates nacieron las Oficinas de Derechos Sociales.

Hipótesis 2. Alianza precario-migrante por los derechos sociales (2005-2011)

Personas vinculadas a sindicatos alternativos pusieron en marcha la primera Oficina de Derechos Sociales en Sevilla; contaron su iniciativa en un encuentro sobre precariedad convocado en Málaga en 2004. Allí presentaron también Precarias a la Deriva su Agencia Precaria TodasaZien. Los sindicatos mayoritarios dejaban fuera a los precarios, en parte porque era difícil organizar plantillas móviles, en parte porque tenían asegurado su chiringuito con los afiliados de siempre, en parte porque no sabían cómo conectar con los nuevos trabajadores, muchos de ellos migrantes y otros para los que su vida no giraba en torno al empleo, todos con un lenguaje distinto (y una subjetividad, diríamos ahora, una forma de entender-se, entender el mundo y la vida, diferente) al de la militancia y el trabajador tradicional.

Los migrantes habían empezado a llegar en números importantes a principios de los dosmil, pronto se convirtieron en la base material del boom y la burbuja tanto en la construcción como en los servicios y el trabajo doméstico. Estaba claro que no se podía pelear por mejoras laborales dejándoles atrás; es cierto que es necesario luchar por los derechos de todos para luchar por los derechos de cada uno. Necesitábamos una “alianza precario-migrante” para conquistar el “derecho a tener derechos”. Sabíamos además que en las peleas, peleando, en la práctica, es como se componen los movimientos (o las clases) capaces de hacer frente a su situación. Cuando en 2005 mataron a cinco personas al intentar cruzar la frontera, montamos unos autobuses a Ceuta para mostrar nuestro rechazo; allí los migrantes del CETI nos pedían teléfonos, direcciones, lugares a los que ir al llegar a nuestras ciudades. Al regresar a Madrid, organizamos el Ferrocarril Clandestino, a imitación del Underground Railway, que ayudaba a los esclavos a llegar al norte en EEUU: una red de ODS y más colectivos para acogerles a su llegada y combatir la frontera.

Por otro lado, la precariedad laboral, la falta de seguridad en el empleo, era un problema porque de eso dependía el acceso a la vivienda, a la comida, al ocio; parecía claro que si desarrollábamos otros canales de acceso, seríamos menos dependientes y eso nos permitiría tener menos miedo tanto al despido como al fin de contrato. Aprendimos que los primeros sindicatos, los de principios de siglo XX, habían puesto en marcha cooperativas de vivienda, economatos, ateneos populares, cajas de resistencia, mutuas de todo tipo; para luchar hay que tener una base material que lo permita, sobre todo si tienes personas a tu cargo. A este tipo de sindicalismo, para diferenciarlo del existente, más centrado en lo laboral y salarial, se le suele llamar “sindicalismo social”.

Las Oficinas de Derechos Sociales querían ser espacios de encuentro de precarios y migrantes para enfrentar la situación laboral y social que vivíamos. Sabíamos que el sistema está hecho de forma que no te encuentres con quien no toca, así que nos propusimos poner en marcha una serie de “dispositivos” que nos conectaran con otros precarios y migrantes y sirvieran para ganar derechos, junto con el resto de ODS del Estado. Abrimos clases de castellano y una asesoría sobre extranjería y laboral y hacíamos talleres formativos sobre derechos con los alumnos y con la gente que llegaba a la asesoría. Los compas magrebíes crearon la asociación AFAQ (horizonte). Abrimos una caja de resistencia, discutida entre todos, para hacernos préstamos en caso de enfermedad, robo de mercancías (cosa frecuente para los manteros) y lo que surgiera; y una tienda gratis, para que la ropa no fuera un problema. Para obtener renta, creamos la “kadena de apoyo social” (KAS), una red de trabajadores de la construcción, costura, mudanzas y cocina. Y todo al ritmo del taller de hiphop.

Juntarnos con personas migrantes nos colocó en otro lugar. Empiezas a darte cuenta de cosas que no veías. Los controles racistas. El encierro en el CIE y las deportaciones. La prohibición de trabajar. La explotación más brutal. Historias del camino migratorio que hielan la sangre. Pero también historias de superación y solidaridad inimaginables. Lenguas desconocidas, ciudades nuevas. Muchas ganas de vivir. Todas. Pronto nos superó el torbellino de emergencias, constantemente detenían a compas, con frecuencia había que ir a Aluche para evitar un internamiento, a la salida de las clases de castellano íbamos juntos al metro para evitar redadas. “No atravesamos la frontera, la frontera nos atravesó a nosotros”. Pusimos en práctica mil artimañas para conseguir papeles (“papeles-papeles” resuena una canción mil veces oída entonces) pero nunca era suficiente, la pelea uno por uno era extenuante y una regularización masiva no aparecía en el horizonte. Una victoria clara fue la despenalización de la manta, peleada por la Asociación de Sin Papeles de Madrid y la red del Ferrocarril Clandestino: los manteros dejaron de ir a la cárcel cuando les detenían; luego hicieron una obra de teatro para contar que “la manta no era su sueño”, merece la pena verla online de nuevo cuando vuelven a ser noticia. Le entramos también a la pelea sindical junto a bangladeshíes que trabajaban en una cadena de kebabs, con menos éxito.

Como escribimos en un texto colectivo entonces, estos encuentros no eran sencillos. Muchos migrantes querían ayuda en su difícil situación pero no se comprometían con el proyecto; los activistas exigían su participación porque era la pelea política lo que les movía a la acción. Nos tildaban de asistencialistas, pero no era el caso. Precisamente, porque reconocíamos que nos movía una voluntad politizadora y exigíamos cierta devolución a la comunidad movilizada; queríamos cambiar el mundo peleando juntos, porque era la única pelea que nos merecía la pena, una mestiza. A los que consiguieron papeles gracias al colectivo y luego se fueron, les deseamos lo mejor, bastante pasaron; pero sí dejaban un poso amargo, a veces recordatorio de que por mucho que lucháramos seguíamos siendo blancos y por lo tanto vistos como privilegiados, a veces tristeza ante los afectos construidos. Hacer política en primera persona es lo que tiene; en las ODS, como en los centros sociales, el activismo no es un empleo ni un voluntariado de unas horas al día y a casa. Eres tú, con tu nombre y tu teléfono, poniendo en común tus precariedades y tus fuerzas. Tu vida queda atravesada por las decenas de personas con las que luchas, de las que aprendes, con las que sufres. Desde un punto de vista antropófago, es puro engorde. Desde un punto de vista emocional, es una montaña rusa, de alegrías inmensas pero también de ansiedad y cansancio. Aprendimos mucho este tiempo; e intentamos aplicarlo en los siguientes dispositivos.

“No estábamos solas”. Aprendimos con el resto de ODS del Estado y con el Ferrocarril Clandestino en Madrid. Muchos de estos colectivos surgieron en centros sociales con los que veníamos coordinándonos, en el tránsito de las okupas juveniles a espacios más abiertos a la ciudad: juntos debatimos también qué podía ser un centro social a la altura del momento y a nuestro horizonte lo llamamos “centros sociales 2.0”. Incluían estos dispositivos de sindicalismo social (clases, asesorías, cajas de resistencia…) y también proyectos productivos. El dinero en ciertos movimientos sociales es visto como pura contaminación (“corrupción”), para nosotros sin embargo, a nivel individual, era una necesidad de supervivencia y, a nivel colectivo, una llave, como otras, para hacer cosas más potentes. Sobre todo nuestros compas migrantes pero también nosotros precarios necesitábamos dinero, más claro, agua; y si éramos capaces de construir herramientas/asociaciones que nos evitaran ir al mercado a vender nuestra fuerza de trabajo, mejor. En la economía de servicios y del conocimiento, y ahora todavía más en la de las redes sociales y google, solo hablar, pensar, desear, vivir genera actividad económica valorizada y monetarizada por otros; siempre hemos estado por el “dinero gratis” más que por el “rechazo al dinero”. Intentamos “laboralizar” algunas de las actividades que se hacían en los centros sociales, por ejemplo, la atención en las “barras” que solía ser rotativa; en Terrasa y Málaga se crearon cooperativas de cafeta y hasta el día de hoy varias personas viven de esta actividad. También se abrieron cooperativas de otras temáticas, como Communia en Terrasa, de cultura y software libre. Y librerías. Generar estructuras productivas propias, autónomas, fortalece el movimiento, al contar con más recursos y con personas que pueden liberar tiempo para el colectivo; a la vez, se crea otro tipo de economía, una que pone por delante a las personas, una economía social. En estas estábamos cuando una enorme onda de politización nos arrastró a las plazas.

La Villana de Vallekas
Hipótesis 3. Apoyo mutuo en la crisis por los derechos sociales y una democracia real ya (2011-2016)

El 15M cambió nuestras coordenadas de manera profunda. Antes éramos pequeños colectivos intentando generar luchas que ganaran derechos en la práctica; sabíamos que el problema era global (las relaciones económicas y las subjetividades que se generan) pero lo confrontábamos desde luchas concretas, construyendo tejido social, una base material y comunitaria que creciera y pudiera llegar a enfrentarlo de forma más rotunda. Después del 15M, parecía que la mayor parte de nuestra sociedad estábamos de acuerdo en confrontar a la élite política y económica al completo, en exigir una “democracia real ya”, poder cambiarlo todo a través de una democracia radical. Era un salto brutal en la escala y profundidad de las luchas. Una alegría inmensa. “No tenemos casa, nos quedamos en la plaza” y la primera cuerda dio comienzo a la ciudad de Sol.

Una alegría inmensa que también descolocó nuestros proyectos. Pospusimos nuestras reuniones. Muchos volvieron a sus barrios para las asambleas del 15M. Coincidía con cierto agotamiento y estancamiento de las ODS, de la lucha uno a uno por papeles. Con los recortes en sanidad y la exclusión de los migrantes, algunos activistas del Ferrocarril Clandestino y las ODS crearon YoSíSanidadUniversal junto a médicos y enfermeras; un dispositivo que conseguía derechos en la práctica, atacaba de raíz la frontera y permitía además vincularse a las luchas de la Marea Blanca.

Otros activistas de la ODS de Seco nos integramos en la Comisión de Vivienda del 15M-Puente de Vallekas; acabábamos de recuperar un edificio en el barrio pensado para alojar a compas migrantes y a las familias desahuciadas que lo pudieran necesitar; con el tiempo nos convertimos en PAH-Vallekas. La PAH ha demostrado ser el mejor dispositivo de sindicalismo social hasta el momento: se basa en el apoyo mutuo (“hoy por mi, mañana por ti”), incluye una acción directa ganadora (stop-desahucios), genera derechos en la práctica (consigue viviendas y elimina deudas) y genera derechos cambiando leyes (directamente con las ILP y como efecto en otros estamentos); es un espacio mestizo, además, donde gente de todos los sitio pelea codo con codo por un bien de primera necesidad. La asesoría colectiva fue fundamental para crear un dispositivo así, un lugar donde se aprende de la situación de uno y a la vez se entiende que es una situación compartida por muchos, donde se socializa y colectiviza un problema personal que se sufre como fracaso y culpa individual: de la vergüenza al empoderamiento al entender la estafa, la injusticia, y poder enfrentarla con otros con éxito. También importante la capacidad de crear discurso propio, imaginario y campañas estatales, la relación con los medios y la presencia en redes, lo que se ha llamado “tecnopolítica”.

En nuestro nuevo centro social, La Villana de Vallekas, continuamos con las clases de castellano, con la caja de resistencia y con la tienda gratis. Se abrieron clases nuevas de árabe, un taller de ordenadores y varios grupos de danza. El de swing, el colectivo Swing del Kas, busca por un lado abrir un espacio de diversión y por otro crear tejido social. A partir de la PAH, se creó la Despensa Solidaria, “no es caridad, es justicia” y “del barrio para el barrio”, una forma autogestionaria de banco de alimentos que permite perder el miedo al hambre, el primer y más profundo de los miedos. Lo cierto es que en la actualidad La Villana es más un contenedor de proyectos que un proyecto en sí. Cuando nos mudamos, debatimos sobre si la ODS debía seguir con una asamblea propia y decidimos que se disolviera en La Villana. Los distintos dispositivos de sindicalismo social no se coordinan en la práctica, tampoco La Villana tiene redes propias y nos hemos alejado en gran medida de nuestros centros sociales hermanos.

Recapitulando, hemos aprendido mucho en este tiempo. Una de las ideas base que ha guiado hasta ahora nuestra acción política ha sido la construcción y participación en comunidades autoorganizadas en lucha por el bien común y la vida buena. Una forma de hacer política >> en primera persona (no para otros ni en nombre de otros), >> a partir de necesidades, sin exigencias ideológicas, >> basada en el apoyo mutuo, >> con énfasis en el proceso (el medio determina el fin), >> buscando a otros: distintos y de abajo, >> en los campos de mayor impacto sistémico, >> con acciones con efecto inmediato para los individuos (victorias en lo concreto), >> con efecto en lo macro (leyes, medios), >> generando una base material que permita seguir luchando, >> con prácticas reflexivas, >> con prácticas horizontales (sin jerarquías, con circulación de palabras y tareas), >> con espacios formales y abiertos de toma de decisión (evitando “la dictadura de la ausencia de estructuras”), >> apoyados en saberes técnicos sin que se conviertan en lo fundamental.

Hasta ahora, nos hemos enfrentado con ciertos problemas, que se repiten y que habría que asumir y/o encarar. Uno central ha sido que no hemos desarrollado dispositivos para enfrentar nuestras propias precariedades ni en el mundo laboral (un ERE, un despido, el paro… no contamos casi con espacios o recursos colectivos) ni en el de los cuidados (enfermedades, crianza, padres mayores…), cosa que se hace más visible e insalvable al “hacernos mayores”. Otro son, por ejemplo: >> tensiones derivadas de las asimetrías entre activistas (con/sin papeles, con/sin vivienda, con/sin trabajo), que genera instrumentalización por un lado, desgaste emocional por otro, y tendencia al asistencialismo; >> aparición de free-riders, “abusones” que se aprovechan en un espacio muy abierto e incluyente y que pueden generar malos rollos para beneficio propio; >> abandono de activistas de espacios complejos hacia otros más homogéneos (con gente más igual a uno mismo en cuanto formación, ocio, edad…) >> dependencia del contexto, de forma que cuando “se gana”, los dispositivos se vacían, generando sensación de fracaso más que de éxito; >> dificultad de federación y escalabilidad, ya que las experiencias son muy singulares y poco estables.

Hipótesis 4. De centros sociales y sindicalismo (2016-??)

Mirando al futuro, pensando lo que puede venir, podemos afirmar que el ciclo institucional ha pensado cómo podría ser una nueva forma-partido y sin embargo pocos debaten sobre la forma-sindicato, a pesar de la brutal necesidad que tenemos de estructuras de defensa y ataque colectivas. Los sindicatos de concertación ni amagan con una transformación interna; los sindicatos alternativos no terminan de saltar fuera de los lugares de empleo. Sin embargo, parece que la crisis no se va a acabar y se seguirán profundizando la precariedad y el desempleo: “el fin del empleo” es algo que hasta los capitalistas anuncian. Tampoco parece que vaya a haber un “rescate ciudadano” ni un “cambio de modelo” por parte del gobierno del PP. Y la legitimidad de propuestas de apoyo mutuo sigue siendo alta en la sociedad.

Nuestro centro social ya es en muchos sentidos un sindicato: nos asociamos para pelear y para desprecarizarnos; tenemos una pata de vivienda, otra de sanidad, un economato, una caja de resistencia y actividades lúdicas y de formación; y tenemos una “casa del pueblo” financiada por afiliados. Pero las distintas patas no están integradas ni se muestran como parte de una misma idea. ¿Podríamos estirar la hipótesis de las ODS y llamarnos tal cual, Sindicato LaVillana? ¿Podríamos federarnos con otros para tener más alcance?

¿Cómo será el sindicato del futuro? Para empezar será una red. Podría llamarse “red de sindicatos de precarios, autónomos y desempleados”, las figuras más comunes en el tiempo por venir, con quienes queremos luchar. O pivotar en torno a otras figuras menos laboral-centristas, como deudores, inquilinos o cuidadores. Sus sedes estarían en centros sociales donde distintos grupos en lucha pelearían por los derechos de todos. Igual que “stop-desahucios”, habría “stop-despido” y “stop-deportación”. Sindicatos territorializados luchando a partir de conflictos cotidianos en distintos campos, componiendo comunidades movilizadas más allá de empleo.

Aunque cada sindicato fuera particular, les unirían demandas universalistas y revolucionarias en el sentido de que no perseguirían mejorar lo existente sino ser la base de transformaciones profundas del sistema. Quedar atrapados en su sector y en las mejoras corporativistas ha resultado mortal para los sindicatos actuales; esto les impide desear el cierre de su empresa o el fin de su sector, aunque sean perjudiciales para el bien general. Las Mareas han sido un ejemplo iluminador en este sentido. Se exige el sostenimiento de un común, no solo los empleos asociados.

Estas demandas universalistas se proponen además al resto de la sociedad y construyen el imaginario de una posible sociedad futura organizada por otros principios; forman también la base de legitimidad y de generación de empatía hacia la red de sindicatos, por ejemplo: >> Igual trabajo, igual salario, >> reparto de la riqueza a través del reparto del empleo y de renta para trabajos sociales (“proyectos remunerados” vinculados a estudios, cuidados y otros servicios sociales, actividades culturales y relativas al medio ambiente o emprendimientos productivos), >> defensa de los servicios públicos universales ampliados (a vivienda, al derecho al cuidado, a cuidar y a no cuidar), >> impuestos a las finanzas y aumento de impuestos a grandes empresas y fortunas, >> abolición de las deudas odiosas…

Habría que reinventar herramientas de lucha. Tenemos los dispositivos de sindicalismo social, que son herramientas de defensa (apoyo mutuo y acceso a vivienda, alimentación, caja de resistencia, ocio…) y de ataque (señalamientos, okupaciones, encierros…). Para las reivindicaciones universalistas y para el apoyo a las luchas de otros sindicatos de la red, habría que seguir pensando nuestras “huelgas”, las de precarias y endeudados, cuidadores y sin papeles, ¿huelga social? ¿huelga urbana? Si los sindicatos de esta red se movilizaran al mismo tiempo, podríamos ensayar esas nuevas huelgas multisectoriales, multiterritoriales, multiescalares: ocupar sucursales a la vez que centros de salud y supermercados, cortar calles y redes, inventar acciones por un conflicto concreto que sirvan para una pelea estatal. La integración (o destrucción) del sindicato de fábrica hacia centrales mayores en la Transición fue una razón importante de su pérdida de potencia de lucha; las huelgas en cadena de apoyo o en solidaridad con otras fábricas iniciaron las peleas más potentes. Esto también lo recordamos.

Pequeños sindicatos arraigados (con una base material y comunitaria que les permita sobrevivir) y federados (para el apoyo mutuo y las reivindicaciones universalistas) pueden tener más capacidad de acción que estructuras burocratizadas y centradas en lo laboral-salarial. Porque no queremos que la dependencia de un empleo escaso y precario marque nuestras posibilidades de vida, nuestro horizonte es la lucha colectiva para una vida buena para todos.

¿Por donde empezar? La iniciativas que ya existen, que enfrentan de forma sindical distintos conflictos, podrían federarse y nombrarse red de sindicatos. Cada uno a su manera, con composiciones distintas, con vidas de diferente duración. Reconocerse y ponerse metas comunes. Podrían/mos ganar en potencia y visibilidad. Y abrir un nuevo imaginario de lo que es y puede un sindicato a partir de centros sociales y de prácticas de apoyo mutuo. Esta red no existirá mañana. Pero sigamos discutiendo; solo lo que imaginemos juntas llegará a ser realidad.

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